lunes, 19 de septiembre de 2011

Viaje por USA en 21 días con 600 dólares (1) (2008)

Viaje por USA en 21 días con 600 dólares (1) (2001)

La anécdota: en noviembre del 2000 y agosto del 2001 recorrí en bus Estados Unidos con 600 dólares en el bolsillo. Debido a que un mes después de mi retorno, ocurrieron los sucesos del 11-S, me di cuenta de que América no volvería a ser la misma que podría haber descrito al terminar el viaje. Sí mantuve una página web sobre el itinerario y contesté las consultas de algunos viajeros. El reportaje fue publicado en el 2008.


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http://reportajesdeevazquezpita.blogspot.com/2011/09/viaje-por-usa-en-21-dias-1-2008.html


Publicado en La Voz de Galicia, en la página 10 de LOS DOMINGOS DE LA VOZ |el 6 de enero del 2008

EN DIRECTO | UN PERIODISTA RECORRE EE. UU. EN LOS MÍTICOS GREYHOUND

E. VÁZQUEZ PITA | TEXTO Y FOTOS

América de costa a costa por 600 dólares

Estados Unidos es una ganga para los turistas europeos gracias al cambio del euro. Un periodista de La Voz se subió a un bus de Greyhound para visitar los mitos de América con 600 dólares en el bolsillo. Un viaje de este a oeste y de Tijuana a Canadá en 21 días.

En los últimos meses varios libros, como el premio Pulitzer La carretera, han revisado el mítico viaje de costa a costa. Otros autores reviven la ruta de Tocqueville, el jurista francés que escribió Democracia en América.

La idea de este reportaje era la siguiente: recorrer como un viajero independiente los Estados Unidos hasta sus fronteras con México y Canadá en busca de los mitos que han forjado el sueño americano. Entre las metas estaban la mansión de Elvis Presley, Hollywood, el
parque Yellowstone o rendir unhomenaje a J. F. K. en Dallas. Equipaje
ligero: una pequeña mochila con mudas y un neceser para aguantar 21 días de bus. Dinero escaso: 600 dólares (419 euros), lo justo para comer y pagar alguna noche contada en un albergue. Nada de lujos.

La línea Greyhound es reconocible por su logo del galgo, es la excusa perfecta para revivir las imágenes de películas de cine. El autocar presta servicio desde 1914 en 3.100 destinos a lo largo de
Norteamérica. Cada año viajan 22 millones de pasajeros, con una gran incremento de la población latina. El Discovery Pass de 30
días cuesta 522 dólares y permite moverse por todo el país y sus fronteras. Basta con esperar en la cola y mostrarle el pase al conductor. La estampa de los autobuses Greyhound surcando los parajes estadounidenses forma parte de la cultura «pop» del siglo XX, que todos hemos recibido a través del cine o la televisión.

Estados Unidos tiene algunas ventajas para los mochileros
independientes que quieren moverse de prisa y barato. Una de ellas es la red de lavanderías. El lavado del petate cuesta un dólar, más varios centavos extra por un sobre de jabón, y otro dólar por el secado
automático. Es posible comer un perrito caliente por un dólar, incluida la mostaza. La entrada en los museos y en algunos conciertos es teóricamente gratuita, pero lo «recomendable» es soltar diez pavos. Internet es gratis en las bibliotecas públicas.


El lugar de partida solo podía ser el kilómetro cero de Estados Unidos, la Casa Blanca de Washington. El viajero no ve a Bush, pero se topa con una protesta de los indios siux que han clavado sus tiendas en el campo del Obelisco. En el cercano museo de la NASA, hay oportunidad de ver el módulo Apolo que se posó en la Luna. Los mandos de la nave espacial se parecen a los de un Seat 600 y uno empieza a dudar de que realmente sea cierto que el astronauta Armstrong se atreviese a subir en aquel cacharro.

Llega la hora de mostrar al busero el billete Ameripass, que permite a los extranjeros viajar ilimitadamente con la compañía de autocares Greyhound por todo el país y sus ciudades fronterizas. Hay que esperar cola y competir con otros viajeros para conseguir un asiento. El turista paga la novatada, se queda en tierra y debe esperar al siguiente autocar.

Por el camino, parada en una gasolinera, donde una decena de camiones de largas chimeneas, auténticos dragones de acero, están aparcados con sus enormes trailers. Es el momento de tragar litros de café americano muy aguado y edulcorados con crema irlandesa. Funciona.

La siguiente escala es Nueva York. Lo primero de todo: entrar en el Starbucks de la Estación Central y pagar tres dólares por un café de verdad. La ciudad de los rascacielos es barata: se puede zampar uno una hamburguesa o un perrito por un dólar o leer gratis un libro en la
cafetería de Barnes and Noble.

Pero la factura sube con los caprichos: hay que desembolsar 45 dólares (9.000 pesetas al cambio del 2000) por una cerveza en la barra del Hotel Carlyle para oír al director de cine Woody Allen tocar su clarinete. A fuerza de palos, el turista ya ha aprendido a incluir en la cuenta un 10% de propina para el camarero. Un gesto que ayuda a los cazadores de autógrafos.

Otros 10 dólares van al tique para subir al Empire State Building, donde el gorila King Kong luchó contra los aviones, escena cinematográfica grabada en el imaginario colectivo.

Unas manzanas arriba, en la Up Town, está el centro del multimillonario Rockefeller y la torre Trump. Curiosamente, la asociación de mendigos ha colocado su puesto ambulante frente a la joyería Tiffany’s.

Un ferri lleva al viajero hasta la estatua de la Libertad, más pequeña que en las fotos. Tras subir las escaleras en espiral, decepciona la vista panorámica de un polígono industrial.

De vuelta, el buque hace escala en la isla de Ellie, la parte fea que nunca sale en los libros. Los inmigrantes que llegaban al país de
las oportunidades debían superar allí la cuarentena.

La siguiente escala es Boston. Es el momento de echarle jeta y
adosarse a un grupo de científicos de A Coruña, Valladolid y Argentina
que han alquilado un coche de marchas automáticas, lo más común en ese país. Por fin, algo de road movie.

En esta ciudad de estilo europeo, el objetivo es colarse en la Universidad de Harvard, donde se educa la élite mundial. Es fin de semana y no se ve ni un alumno por el campus.

Ya puestos, una escapada al MIT, uno de los más prestigiosos centros de tecnología. «Las fundaciones inyectan millones y los
proyectos salen adelante», cuenta un becario gallego.

Chicago, la ciudad del gánster Al Capone, es el siguiente destino.
El bus llega a una estación donde hace cola una familia amish, los
granjeros que viven como en el siglo XVII. Su férrea ética no les
impidió inaugurar en el centro de Manhattan una tienda de
productos artesanos.

En la misma estación de Chicago, un grupo de inmigrantes chicanos comentan que han cruzado el país y que ahora trabajan ilegalmente en una obra. «A unos amigos la policía les paró porque eran hispanos. Se creían que su coche alquilado era robado», dicen. Está
claro que el sueño americano solo es para unos pocos.

Curiosamente, en esta ciudad los mendigos no piden limosna sino que recogen las latas de aluminio tiradas en el suelo para revenderlas. ¿Tanto espíritu emprendedor será porque la [....]

Más adelante, se publicará la segunda parte del artículo.

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